Hace 40 años, Jenny Holzer (Ohio, 1950) empezó a exponer sus Truismos en Nueva York. No lo hizo en una galería, mucho menos en un museo. Su espacio era público. Los situacionistas franceses habían llevado sus lemas a la calle y en su ciudad de acogida los pioneros del graffiti empezaban a adueñarse de los vagones del metro. Holzer imprimió sus frases, reflexivas y provocadoras, en carteles que pegaba, con nocturnidad y alevosía, en las calles neoyorquinas. Desde entonces, sus aforismos se han impreso sobre toda clase de superficies, desde bancos de piedra, sólidos e inmóviles, a leds parpadeantes y efímeros. Pero lo que sigue naciendo de su lápiz no ha cambiado: la palabra escrita, la comunicación a través del lenguaje, se mantiene en la esencia de su creación.
Una selección de esa trayectoria de cuatro décadas, más varias obras nuevas, es la propuesta de Lo indescriptible, la muestra que el Guggenheim de Bilbao, con el patrocinio de la Fundación BBVA, le dedica a la artista norteamericana hasta el 9 de septiembre. Holzer ha trabajado estrechamente con la comisaria, Petra Joos, para «dar voz a lo innombrable y lo indescriptible», en palabras de Joos. Están los Truismos, secuenciados en cuadrados de colores y traducidos a diversos idiomas. También los bancos donde se han esculpidos para ser leídos con la vista y las manos -aunque en el museo no se pueden tocar- y el papel en el que primero fueron escritos a mano. Y, por supuesto, están los leds, programados para ciclos de tanto 10 minutos como de 14 horas. Algunos pasan en bucle las declaraciones de víctimas de la tortura del Ejército norteamericano en guerras como las de Irak o Afganistán, un mensaje desasosegante que se amplifica aun más cuando se emparejan las letras luminosas con huesos humanos, adquiridos «de forma ética».
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